No quiero realidad aumentada

Con lo que cuesta hacer frente todos los días a la realidad, ahora resulta que nos la quieren «aumentar». Pues que conmigo no cuenten. Dicen que con la realidad aumentada, no confundir con realidad virtual (ver Wikipedia), tendremos «experiencias inmersivas». Ni idea de qué es esto, pero suena fatal.

También dicen que pretenden quitarnos los smartphone y ponernos lentes de contacto. ¡Sí hombre, y si os parece también nos implantáis un chip! Pues a mi me gusta que me vibre el móvil en el  bolsillo. Hala, ya lo he dicho. Sí, soy una viciosa. Me da gustito.

Pero dejando a un lado mi retorcida personalidad, tengo que decir que no veo nada claro eso de manejar «dispositivos que añadan información virtual a la información física ya existente». Así por lo menos definen la realidad aumentada. No estoy capacitada.

Mi cerebro, como el de los demás, lucha diariamente por no asimilar miles de informaciones con las que nos bombardean (publicidad, comentarios estúpidos, conversaciones ajenas, etc). No puedo pedirle al pobre que asuma más trabajo.

Además, tengo una vida interior que requiere de mi atención y bastante que consigo andar por la calle mientras pienso, esquivando obstáculos, para llegar a destino sin mayores contratiempos (casi siempre).

No voy descubrir nada. Lo dicen claramente. Detrás de este afán por volvernos locos se esconde la idea de «crear otro aparato sin el que la gente no pueda vivir». Tal que así lo he leído en El País.

Pues yo quiero mi teléfono, el periódico y los libros en papel y hablar con la gente cara a cara. Me niego a utilizar tarjetas de crédito y no me gusta comprar por internet. Los demás sois unos ratos. Que lo sepáis.

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