Tengo un pálpito

En unos años me voy a quedar ciega. Tengo un pálpito. Hubiese preferido quedarme sorda, porque creo que el sonotone es uno de los mejores inventos de la historia: si alguien te da la lata o dice sandeces, te lo quitas y te entretienes con tu vida interior. Pero no, mi pálpito es que me quedaré ciega.

¿Y qué se puede hacer cuando tienes estas premoniciones, además de empezar a llamarte Nostradamus (Damus para los amigos)? La respuesta en ensayar, ensayar y ensayar. He iniciado el entrenamiento en el pasillo de casa. ¡Resulta que es difícil mantenerte en una línea recta si no la ves! Los dioses se han confabulado contra mí.

Otra de mis astutas iniciativas ha sido intentar entrenar al perro como lazarillo. Fracaso total. Ha salido anarquista y en vez de guiarme se tumba en mi trayectoria en plan barricada. Llevo dos golpes en la espinilla y un mortal con vuelo frustado con aterrizaje de emergencia contra la pared. Eso sí, el perro me trajo uno de sus muñecos para consolarme. Estaba lleno de babas, pero lo que cuenta es la intención.

Así no me veo trabajando en la ONCE. En dos días me cargo todo el mobiliario de casa y hasta el urbano.

Mejor voy a probar a tener el pálpito de que me amputan una pierna. Aunque no lo tengo muy claro, porque la combinación de muletas y perro no parece muy prometedora en cuestión de caídas.

Os preguntaréis por qué tengo estos malos pensamientos. La culpa es de los americanos y sus malditas elecciones. Desde que he me he enterado que ha ganado Donald (el pato no, el pirado) tengo escalofríos y se me ha revuelto la cabeza. Y quedan cuatro años más.

 

 

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